A pesar que solo se le comprobaron 17 asesinatos, él mismo confesó que, en realidad, fueron más de 25.
Actualmente se encuentra en el Pabellón de Psiquiatría del Penal de Lurigancho porque fue declarado inimputable para un juicio. “Si salgo libre continuaré con mi misión de limpieza”, dijo, alguna vez, desde su internamiento.
En el Perú podemos encontrar todo tipo de historias. Desde las que nos pueden encender el día con una sonrisa hasta que aquellas que nos ensombrecen hasta la mañana más radiante.De ese relatos que uno ve por televisión y cree que en nuestra tierra son imposibles. Pero la insania no tiene nacionalidad y aparece en cualquier parte del globo.
Ese fue el caso de Pedro Pablo Nakada Ludueña. Un sujeto que hace más de 15 años se ganó las principales portadas de los medios del Perú tras convertirse en el asesino serial más sangriento de nuestra historia.
Brutal infancia
Nacido un 28 de febrero de 1973, en El Agustino, como Pedro Pablo Masías Ludueña, el “Apóstol de la muerte”, tuvo una niñez complicada.
Su madre sufría problemas psiquiátricos y su padre lo maltrataba cada vez que se alcoholizaba, algo que ocurría muy seguido; se sumaba que sus hermanas mayores solían someterlo a vejámenes muy humillantes para cualquier ser humano. Y él solo tenía cinco años.
Según contó él mismo a las autoridades, las jovencitas solían vestirlo como mujer y lo obligaban a salir así a la calle. Esto generaba las burlas de la gente que lo veía así.
En el colegio la cosa no era diferente, pues los otros niños también se aprovechaban del carácter callado y sumiso del menor, lo golpeaban y le ‘jalaban los pelos’. “No tenía amistad con otros niños. Me molestaban todo el tiempo”, relató.
Y entre insultos, violencia y malos tratos de gente que se supone debía amarlo y protegerlo, Masías Ludueña fue creciendo sin saber lo que era un poco de cariño.
Esas acciones fueron creando un gran resentimiento en él que, en un principio halló como vía de escape, el comenzar a maltratar y matar animales: gatos y perros primero y luego fue ‘evolucionando’ hacia otras especies.
“Es mala, mi familia es mala. Mis padres siempre peleaban. Se insultaban mucho. Mi papá le pegaba mucho a mi mamá. Yo me escapaba de la casa. Pero volvía por no tener dónde comer. Mi hermana me violó, ella era mayor. Mi hermano me obligó a tener sexo oral, yo tenía seis años ¿Hay gente que no me cree? Yo no olvido lo que viví”, fueron algunas de las duras confesiones que dio a la Policía tas su captura.
Uno de los detonantes que sufrió, y que serviría para explicar la homofobia que manifestaría en un futuro, fue cuando tenía cuatro y años, y fue acusado por sus hermanos mayores de matar a la perra de la familia, que además estaba embarazada.
A pesar de negarlo, sus parientes no le creyeron y optaron la peor manera de castigarlo por algo que no había hecho: lo violaron. Hasta hoy jura que él no le hizo nada a esa perrita.
En busca del poder
Conforme fue creciendo esa voz interna que solo él escuchaba, lo fue convenciendo de su supuesta misión en la tierra. Entonces, intentó deshacerse de los que él consideraba impíos y pecadores, ingresando al ejército. Aunque por mucho tiempo se creyó que era licenciado de la Fuerza Aérea del Perú, nada era cierto.
Ocurre que en 1990 ingresó a las Fuerza Armadas como voluntario para tener algo de autoridad para “eliminar a los enemigos de Dios”. Pero el destino ya tenía signado su camino.
Tan solo dos meses después de su internamiento, Nakada Ludueña fue expulsado debido a los resultados mostrados por los psiquiatras de Ejército peruano. Comenzaron a prestarle más atención durante el tiempo que estuvo con ellos cuando llegaron rumores señalando que escuchaba la voz de Dios y que creía que todos los pecadores merecían morir.
Estos estudios demostraron que el futuro “Apóstol de la muerte” mostraba tendencias psicópatas y esto representaba un peligro para la sociedad. Además, de entrenarlo en el manejo de armas, la amenaza se volvía más latente para el resto.
“Cuando lo echaron del cuartel, quiso matarse. Tardó casi un año en recuperarse”, relató un primo de él.
Pese a que nunca llegó a confirmarse, se cree que luego de este duro revés Nakada Ludueña cometió su primer asesinato. En Mala (sur de Lima) fue pillado mientras robaba sandías, sorprendido por el agricultor, decidió matarlo para salirse con la suya.
¿Nakada o Masías?
En la partida de nacimiento original Pedro Pablo figura con los apellidos Mesías Ludeña. Pero en el 2003 se le ocurrió pagar unos 800 soles a un ciudadano japonés de apellido Nakada para que lo adopte y, de esa manera, sacar su visa para poder viajar al país asiático.
Creía que esta era la manera más fácil de salir del país. Sin embargo, sus planes se fueron al tacho. La paciencia ya se le comenzaba a terminar hasta que halló la manera de explotar: matando a inocentes que él creía que no merecían vivir por ser pecadores.
Comenzó el horror
Según los registros oficiales, la escalada de muerte comenzó el 1 de enero del 2005. Nakada se encontraba en la playa Chorrito de Chancay cuando se cruzó con Carlos Edilberto Merino Aguilar (26). Sin mediar palabras le disparó en el tórax y abdomen. Al ser encarado por las autoridades, alegó defensa propia, pues creyó que iba a ser asaltado, aunque fue “Apóstol de la muerte” el que robó todo el dinero a a la víctima.
Casi dos años le tomó a la Policía realizar las investigaciones para dar con el paradero del psicópata que en ese tiempo mató, según sus propias palabras, al menos a 25 personas. “Yo no soy un criminal, soy un limpiador, he librado a la sociedad de homosexuales y vagabundos”, repetía en los interrogatorios
Las victimas conocidas de “Apóstol de la muerte”, además de Merino Aguilar, fueron identificadas como Teresa Cotrina Abad, Walter Sandoval Osorio, Carlos Walter Tarazona Toledo, Gerardo Leonardo Cruz Libia, María Verónica Tolentino Pajuelo, Luis Enrique Morán Cervantes, Pedro Omar Carrera Carrera, Enoch Eliseo Félix Zorrilla, Hugo Vílchez Palomino, Widmar Jesús Muñoz Villanueva, Nell Cajaleón Pajuelo, Nazario Julián Tamariz Pérez, Didier Jesús Zapata Dulanto, Agustín Andrés Maguiña Oropeza, Luis Melgarejo Sáenz y Nicolás Tolentino Purizaca Gamboa.
A todas ellas asesinó usando armas de 9 milímetros de diferentes marcas (Bryco, Astra, Baikal y Taurus). De igual manera, confesó a la hora cometer sus crímenes usaba un silenciador de jebe que él mismo había aprendido a hacer en un tutorial hallado en la Internet.
Finalmente fue capturado el 28 de diciembre del 2006. El momento no pudo ser más preciso, pues las autoridades descubrieron que Nakada preparaba, para las fiestas de año nuevo, hacer explotar una granada de guerra en una discoteca de Huaral, donde residía, con la finalidad de acabar con los “perdidos y corrompidos” del país.
El juicio
El proceso judicial contra el asesino en serie determinó que este no sufría de esquizofrenia sino trastorno disocial, definido por el DSM-IV (Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders-IV).
Esto es cuando una persona trasgrede los derechos básicos de los demás y las principales normal sociales. Así fue que se le condenó a pasar 35 años de prisión.
La sola idea de pasar el resto de su vida encerrado representaba una tortura para Nakada, quien no tuvo problemas en reclamar que sobre él se aplicara la pena de muerte y que le dieran un tiro en la cabeza tal como él hizo con sus víctimas, pero esto nunca iba a ocurrir.
“Escucho la voz de mis padres y una voz mala que me dice que mate a toda la gente corrupta, como homosexuales, rateros, alcohólicos y maricones. Pero ya no puedo cumplir la misión de Dios ya que me capturaron. Ahora sigo escuchando esa voz que me dice que me mate”, confesaría luego a la prensa.
Inimputable
Para el 2009, luego de un intento de suicidio, otros exámenes realizados al “Apóstol de la muerte” concluyeron que sufría de esquizofrenia paranoide, por lo fue declarado inimputable. Es decir, que no se le podía juzgar por sus hechos por no comprender que los actos que realizaba estaban mal.
La sola idea de pasar el resto de su vida encerrado representaba una tortura para Nakada, quien no tuvo problemas en reclamar que sobre él se aplicara la pena de muerte y que le dieran un tiro en la cabeza tal como él hizo con sus víctimas, pero esto nunca iba a ocurrir.
“Escucho la voz de mis padres y una voz mala que me dice que mate a toda la gente corrupta, como homosexuales, rateros, alcohólicos y maricones. Pero ya no puedo cumplir la misión de Dios ya que me capturaron. Ahora sigo escuchando esa voz que me dice que me mate”, confesaría luego a la prensa.
Entonces fue trasladado al Pabellón de Psiquiatría del Penal de Lurigancho, en donde sigue encerrado hasta la actualidad.
Fuente/infobae.com
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